sábado, 10 de enero de 2015

FILIPINAS


Prólogo....

Antes de hacer todos los tramites, típicos antes de cualquier viaje, tuve una  entrevista donde se  me aportó una información que me planteaba un problema nada agradable. En mi visita al Centro de Vacunación Internacional en Lleida, una doctora me estuvo  informando de las  posibles consecuencias de haber padecido la enfermedad del Dengue, durante mi ultimo viaje. Este bichito es transmitido por la picadura de un mosquito, que ha estado infectado por el dichoso virus. Sus efectos, pues ya os lo digo yo, que lo padecí en tierras  Colombianas. Fiebres tifoideas en pleno trópico, con temperaturas calentitas. La cabeza en estado de sublimación, los huesos molidos por el tío de la vara y por la puerta trasera evacuación de líquidos. Todo eso te deja hecho puré, por decir una palabra fina porque la verdad, uno acaba hecho una verdadera  mierda. Pero lo pasado olvidado está, y el futuro, según la doctora puede ser peor.  Por que, os preguntareis. Pues porque hay varios tipos de dengue y si el cabrón del mosquito se vuelve a deleitar picándome. Mi cuerpo puede acabar  desarrollando un dengue hemorrágico y ese pinta peor que el primero. Como siempre, en viajes de larga duración, ya se sabe, uno no puede estar enparanoiado todo el tiempo pensando en himenópteros  y al final, algún día se baja la guardia. Así que vuelve a girar la ruleta ......y vayan haciendo sus apuestas al rojo o al negro. Yo juego con lo mínimo, al color negro ya que el rojo no me gusta porque me recuerda el color de la sangre.


MANILA

 Maldito vuelo. Diecisiete  horas volando, haciendo escalas  y esperando en aeropuertos. Otra noche mas sin dormir. Al fin, aterrizo  en mi destino y me aposento en una cama, pero me dedico a jugar al escondite en la habitación del hotel. Harto de esconderme entre los cojines, decido bajar a caminar un poco por la calle y ver los alrededores del lugar. Lo que no veo me hace volver. Pocas farolas y las pocas luces que me encuentro son finos tubos de neón con difusas lineas de color rosa. Por lo que parece, la calle Mabini de Manila, donde estoy hospedado, por la noche se convierte en el barrio rojo de la ciudad. Otra noche sin dormir. No he vuelto a pegar ojo. Por la mañana, los ojos aparecen adoloridos, fatigados, marcados por una estela rojiza de finos tentáculos. Esta vez creo que ha sido uno de los  viajes donde mas me ha costado adaptarme al cambio de horario. Cuatro días necesité para que mi cuerpo pudiera entrar en fase regular.

Manila no es una ciudad, es una mega urbe. La capital esta anexada a un sinfín de poblaciones que han forjado una ciudad donde habitan mas de 20 millones de personas. La urbe no presenta ningún encanto. El denso trafico crea un caos circulatorio, que genera una montaña de esperas donde durante esos tiempos muertos puedes ver como  la suciedad envuelve  en el entorno de las calles. El sistema de alcantarillado esta en algunas zonas desbordado, provocando un olor característico. La instalación eléctrica, parece un telar de arañas fumetas  que se han ido de fiesta. El humo del trafico, irrita los sentidos y  tinta los edificios de una fina película  oscura,  color mugre. 

 Rondé un poco por la ciudad y visité la zona del parque Rizal y la zona de Intramuros, lugar donde antiguamente los españoles alzaron una fortaleza para protegerse de otros colonizadores. Ciclando por el interior de la muralla te haces una relativa idea de como debía desenvolverse la vida en un  antiguo pasado. Pero  siendo sincero, creo que la zona esta bastante descuidada.


En este país, hay un abismo entre las diferentes clases sociales. La mayoría de la población sobrevive el día a día, con lo puesto. En la capital, es donde mas se aprecia este contraste.  Caminando es fácil encontrarse con vagabundos, semidesnudos tumbados en algunas esquinas protegidas de los rayos  del sol o buscándose cualquier cosa que les proporcione un poco de bienestar . En los semáforos de lugares estratégicos, también aparecen niños mendigando. Se apegan a los cristales tintados de los coches, mirando hacia su interior, intentando que alguien sienta empatia por ellos y les de algo de caridad. 


En un principio no quería atravesar la ciudad montado en mis dos ruedas, pero puse un par y me atreví a ello. Solo era cuestión de encontrar las dos arterias que me llevarían a la nacional Mc Arthur, alejándome del bullicio. Tardé aproximadamente unas tres horas en atravesar la ciudad y eso que a las 6 de la mañana ya estaba empujando bielas. La escasez de semáforos hacia que  cada intersección  fuera una encrucijada entre motos, sidecares, triciclos y  demás vehículos. Esto hacia que cada cruce  fuera una experiencia y  que se ralentizara mucho el paso. Al fin abandoné la ciudad pero, las edificaciones paralelas a la carretera no fueron desapareciendo hasta mucho mas tarde.

La primera jornada discurrió en terreno llano, pero me pasé de vueltas. Pedaleé de 6:00 AM a 6:00 PM. El sol lucia fuerte y llegaba a ser  agobiante. El astro rey se hacia notar incluso en la sombra. No paraba de beber, beber, sudar y sudar. Solo consiguieron  pararme los ruidos lejanos de una tormenta, cuando los rayos de la luna parecían  pedir paso.

 El primer día dormí en tierra de nadie, cerca de un pueblo llamado Santa Rosa. Las primeras gotas de lluvia, aceleraron la instalación de mi carpa. La tienda de campaña se convertía en un horno. Mis cuatro paredes parecían un crematorio. Piel mojada, sulfurando hedores de sudor. Gotas haciendo el trampolín por mis codos, nariz y todas mis curvas. Por allá fuera,  cuando acabó la lluvia, comencé a escuchar el zumbido de un ejercito de mosquitos atentos a las posibles aberturas de mi lona. Antes de intentar dormir, tocaba asegurarse de que ningún taladrador alado se hubiera colado en mi aposento. Así que la luz de mi frontal hacia las funciones de faro e imán de himenópteros. Plas, plas, plas.... ya tengo dos marcas mas de sangre en el techo de mi mosquitera. A intentar zzzzz supuestamente a solas.

El segundo día  fue diferente, abandonaba el asfalto y entraba en el Aurora Memorial National Park. Como siempre cuando entras en la montaña, la cosa trempa. Así que apretar los dientes y a sufrir. Creo que el amor existe a partir de cuando pierdes la capacidad de hablar, cuando ni siquiera puedes respirar. Así estaba yo, sin poder expresar ni un solo suspiro, ahogándome en mi respiración, sufriendo el vaho de mi sudor. El secreto estaba en no parar. El dolor solo hace sufrir y normalmente uno aprende a convivir con el, así que nos hicimos amigos. Por la noche, tocó poner otra vez la carpa. El cielo, afuera, estaba cargado de nubes pero fugazmente se veía el brillo fugaz de algunas estrellas. Las nubes se portaron bien conmigo, pero los sonidos de la jungla me dieron algún que otro arrebato en medio de la noche.


BALER


Al tercer día llegué a mi primer destino, la población de Baler. Un pueblecito costero, en aguas del Océano Pacifico, donde se práctica surf. La playa era larguísima y su oleaje estaba bravo. Fijé mi residencia por cuatro días por que mi prioridad era poder practicar surf. Para eso  había venido. Tuve la suerte que ese fin de semana hacían una competición de surf femenino. Hacia calor, el mar parecía llano, pero la cosa rápido cambió.

 Me situé, donde rompen las olas. Oírlas estallar, era como un pequeño placer, como sentir una melodía de una canción que nunca parece  terminar. En ese momento no había nada mas bonito. Intentaba deslizarme con harmonia junto con mi tabla, pero las olas, al romper, esparcían nubes de agua y espuma que me ponían las cosas muy difíciles. Había falta de costumbre y mi tren superior no estaba rodado.  Apareció el dolor. Dolor en el cuello, dolor en mi cabeza, dolor en mis omóplatos, dolor, dolor, dolor, pero a pesar de ello me envolvía la felicidad. Por cierto,  luego llegaron a mis oídos que en esa playa se rodaron las  escenas de la película de Apocalypsys now.




Al cabo de cuatro días abandoné el sonido de la playa y otra vez, sufrí las desorbitadas  pendientes de las carreteras de montañas Filipinas. No había visto rampas tan fuertes desde las carreteras de Alaska.  Me envolvía una vegetación con  hojas frondosas entre las cuales intentaba cobijarme  por que  aquí, la luz es tan brillante que las cañas verdes del bambú se ven blancas sobre el  follaje de la espesa y tupida jungla. Esa misma luz, hace que se me vuelvan a salir unos tatuajes provisionales en mi piel. Su autor, utiliza una fina aguja que no causa dolor mientras hace el dibujo. El dolor de dichas agujas suele venir un poco mas tarde, pero por suerte tengo entre mi equipaje un poco de una crema mágica llamada aftersun.

Después de una jornada durísima entre carreteras curvadas y empinadas, pude llegar a Rizal.  Volví a instalarme en mi carpa y el lugar elegido fue, un patio de un colegio. Eso si, con la autorización previa de sus responsables. Por ahora estoy descubriendo una gran amabilidad por parte de las gentes de este país. En cualquier sitio por donde paso se muestran muy interesados al ver un loco viajando en bicicleta.  Al despertarme de  mi sueño,  me  estaba esperando una fuerte olor a café y una invitación para una amable conversación.

Nunca en mi vida he bebido tanta cantidad de bebida isotónica. Soy mas partidario de beber refrescos con mucho mas azúcar. Que le voy hacer, soy goloso. Pero este verano tuve una larga conversión con Jordi Pares, un compañero de trabajo que posee la carrera de homeopatía. Me informó, que debido a los esfuerzos y necesidades en mis viajes, era importantísimo el equilibrio  entre el sodio y el potasio, como la ingesta diaria de una cantidad  mínima de proteínas. Así que según las circunstancias  que me iba encontrando en el camino, intenté hacerle el  mayor caso posible. La suerte que tuve, es que en todas las pequeñas   tiendas, encuentras Gatorate y plátanos tamaño lilipud.


BANAUE

Mi segunda destinación marcada en mi mapa fue  el  pueblo de Banue, donde se encuentra las terrazas de arroz de la provincia de Ifugao. El tramo comprendido entre  Lagawe y Banaue fue duro, muy duro. Estaba en la Mountain Province. Demasiadas rampas sin escrúpulos. Culote y mallot chorreando sin parar. Piel irritada, sal en mis labios y marcas blancas tintandome la ropa. Me se irritaban los muslos  y en la entrepierna, me salían granos. Todo era por culpa de la  maldita humedad y el intenso sudor. Ni estando parado estabas seco. Menos mal que descubrí el poder de los polvos secantes de la marca Johnsons. Con dos días aplicándome dicha maravilla, se me comenzaron  a regenerar las carnes. La piel volvía a recuperar su color normal y dejaba atrás esas tonalidades rosáceas tan molestas.

Cometí 5 asesinatos, no me culpo de nada. No tengo resentimientos. Volvería hacerlo, no me fallaría el pulso. Me querían robar mi comida, no podía tolerarlo. Estaba nervioso, no flaqueé, aunque al principio estaba confundido en la oscuridad de mi habitación de un lúgubre hostal, donde solo yo estaba hospedado. Cuando apagaba la luz e intentaba dormir, comenzaba a oír unos ruidos sospechosos. Pensaba que serian del piso inferior, pero los ruidos eran continuos y eso me destrozaba la concentración en el  sueño. Pero  algo sospeché, cuando al abrir la luz de mi habiación, todo volvía a la normalidad. Al final uno de ellos, delato al grupo. El ansia mata y una cucaracha gigante  hizo un equivocado  gesto al lado de mi bolsa donde guardo mis provisiones. Chancleta en mano, zas, zas zas. Madre mía, que duros son esos bichos. No se de que estarán hechos. Parecen que sus corazas están hechas de klevlar. Costaba un montón matarlos, el primer  golpe los aturde. El segundo los espachurra un poco, pero se recuperan y vuelven a escaparse. Parecían zombies, se hacían los muertos pero al cabo de unos segundos volvían a correr. Así que zas, golpe mortal en la cabeza, pero aun así seguían moviendo sus largas antenas. Ahh.... por cierto, estos bichos son rápidos, rapidisimos. Fallé en mas de una ocasión, pero los acorralé y no pudieron escapar. Al final pude dormir tranquilo sin oír nada mas, o eso creo. Por cierto generé tal cantidad de adrenalina que no sentí el mas mínimo remordimiento.


Las terrazas de arroz, esculpían los laterales del valle que desemboca en el pueblo de Banaue. Los campesinos habían tejido un entramado de canales para mover el agua entre las superficies que habían tomado prestada de la montana. Gracias a una superposición de piedras habían construido una arquitectura rural a base de levantar pequeños muros de piedra. La visión del conjunto era realmente bonito ya que brotaban  del suelo multitud de colores. Había parcelas inundadas de agua, otras tenían las plantas de arroz cortadas y otras estaban pendientes de la siega.

Estuve un par de días mas, rondando por la zona montañosa central de Filipinas, donde crucé el Bessang National Pass. La experiencia  fue muy dura y se me hizo  larga. Era el último paso antes de volver a encontrarme con un  mar diferente.  Solo veía curvas y mas curvas. La carretera  era cansina y cuando giraba la vista atrás, parecía el cuerpo de una serpiente ondulándose entre medio de pliegues  entre colinas dejadas atrás, olvidadas por un  sufrimiento reciente.

 En este caso cambiaba de costa, abandonaba el Pacifico y aparecía el Mar de Sur de China. La nueva parada, era la localidad de San Juan, en la provincia de La Union, donde aparecía  nuevos spots de surf.


SAN JUAN 

Nada mas llegar, me cambie y me puse a  mover los brazos para situarme en medio del mar. En medio de las olas,  me encontré rodeado de chicas filipinas,  sentadas en las tablas a la espera de  tan deseada ola. Se podían ver  en sus oscuras  espaldas, como surgía un camino trazado de hueso que recorrían su tersa espalda como si fueran perlas emergidas del subsuelo arenoso. Yo me tuve que apartar un poco hacia uno de los laterales. No estaba bien situado, soy aprendiz y rápidamente vi que estaba fuera de mi lugar.

Los días en el mar fueron pasando y  las olas me iban  dando  mas alegrías aunque me obligaban a tomar varios descansos durante el mediodía. La espalda, los hombros y los brazos me pesaban. Sobretodo el cuello, ese si que estaba sufriendo. Es el que se llevaba la peor parte. Aparecieron los primeros moratones y algún que otro corte  producido por una quilla descontrolada. Las olas chocaban contra uno y eso produce que tragues el agua salada, por la nariz, orejas y boca. La espuma parece poco densa, pero es engañosa. Pesa y tanto que  pesa. Su velocidad te revuelca como en una  botella de champan y luego la cola de la ola te centrifuga un par de veces contra el fondo marino. Cuando parece que todo ha acabado, tu boca intenta ansiosamente buscar una bocanada de aire en el exterior. Tu boca, a duras penas, sale del agua y al girar la cabeza zasssss. Ahora viene lo peor. Parece que lo hagan expresamente. Una noria de olas vienen de manera escalonada para  ir chocando contra la cabeza de uno. Parece  que uno vaya a recuperarse pero  la cuerda del lease continua dándote tirones y empujándote hacia la orilla, donde rezas que la tabla no retroceda y te la encuentres de cara o clavada en alguna parte de tu cuerpo. Pero  estos inconvenientes  son pequeñas minucias porque no se puede comparar la satisfacción que produce deslizarte unos segundos encima de tu tablón  en medio de las olas. Por unos instantes tienes la sensación  libertad  y te crees un semi Dios , pero esa sensación es fugaz ya que la fuerza del  mar te vuelve a poner donde te toca a la siguiente ola.


Aquí en Filipinas, la gente tiene el concepto de diversión, diferente del nuestro. Aquí lo que triunfa es el Karaoke. Ya no me acordaba, pero esta situación ya la había vivido anteriormente en países asiáticos. No pretendo ser muy critico, pero no entendía el concepto. Gente poniendo la música a todo volumen, intentando emular a sus estrellas. Muy a menudo se  solía romper el compás de la melodía  con  tonos inadecuados, alimentados por el consumo extra de alcohol.  El sentido del ridículo  es un concepto relativo en función del lugar donde te encuentres y por estas tierras es digamos un poco diferente.



De la Union me fui a la provincia de Zambales, concretamente a San Felipe, para poder hacer surf en otros spots. Fue una decepción, el lugar era bonito pero no había olas. Me hospedé un par de días pero al tercero  abandone el lugar.  El mar estaba plato...... En esta zona parece ser, que las olas entran a partir de Noviembre, hasta Febrero. 

Volvía a Manila, pero esta vez me sabia el camino de entrada, así que todo fue mas fácil. Estuve alojado en la zona cercana a Makati. Menos mal del mapa que llevaba, eso me facilitó mucho  las cosas. En un día y medio me planté en Batangas, lugar que possee un puerto  donde parten multitud de ferrys  hacia las islas del Sur. La primera isla donde me dirigí  fue la isla de Mindoro,  la localidad elegida,   Puerto Galera.




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